Cobarde y derrotado

Fue un discurso histérico, gritado, presentando a España como un Estado demoníaco que odia a los catalanes cuando en realidad ha sido el independentismo el que del modo más letal e insólito ha destruido el progreso, el bienestar y la convivencia de los catalanes. Mientras Barcelona recupera el turismo de 2019 y han abierto restaurantes incluso mejores y en mejores condiciones de los que solíamos tener, el relato hecatómbico de Puigdemont tenía mucho más que ver con el infierno en que se ha convertido su vida desde su fallida intentona y su huida que con la normalidad cotidiana de los catalanes, cada vez más indiferentes a los populismos y más concentrados en resolver sus vidas.

El alocado 'speech' del que fue considerado por sus acólitos 'el Harry Potter de la política catalana' cerró una época en Cataluña. Por supuesto el sentimiento independentista continuará, y la tensión falaz, y las pretensiones, y las gesticulaciones, y los simulacros, pero el adiós de un Puigdemont desnortado, desahuciado e ignorado a la práctica por la inmensa mayoría de los catalanes -muchos de ellos, de su propio partido, fue el acto final de una farsa que el conjunto de la sociedad catalana intenta superar con actitudes y partidos más realistas.

Al forajido sólo le queda una decisión trascendente que tomar en su vida: suplicarle piedad a España como hicieron los que estaban en la cárcel, o morirse de asco en el deprimente Waterloo donde se encuentra, hasta que sea extraditado o se muera. Haga lo que haga, a nadie puede importarle menos.